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   La vuelta al cine como protagonista después de más de más 10 años era ya de por sí un desafío. Cómo iba a responder su público, otro desafío más. Y ver el resultado final de la película, de acción en toda regla y con un director novel en el cine norteamericano, un desafío más si cabe.

 

   Ante estas tres premisas ciertamente preocupantes podemos estar todos tranquilos. Desde los productores al público. Se han cumplido todos los propósitos, unos con mayor fortuna que otros, todo sea dicho. Los dos últimos sobre todo de forma muy positiva. El público fiel a Schwarzzenegger ha confiado en su vuelta a la gran pantalla, dejando una buena taquilla como prueba de ello. El producto final es una película de acción que se deja ver sin sobresaltos. Con la tranquilidad que da el saber que uno va a obtener su generosa porción de tarta de balas, explosiones y gestos duros. El director, debutando en Hollywood con este film, ha demostrado que parece llevar décadas rodando este tipo de películas. No es que estemos ante un Walter Hill, años 80 se entiende, pero deja un muy buen sabor de boca por la forma de rodar, dándonos pequeños retazos de lo que puede llegar a dar de sí en cuanto no tenga que someterse a las exigencias de un guión hecho a medida del protagonista.

   

   Y es aquí donde llego al meollo del asunto, al quiz de la cuestión o a la cuadratura del círculo. ¿Ha superado nuestro añorado Arnold el paso del tiempo y todas sus vicisitudes? La respuesta más sincera sería sí. Pero no un sí rotundo, sino con ciertos matices. De acuerdo que el hombre tiene 65 años y que no hace en ningún momento ostentación de fuerza bruta, biceps anabolizados o abdominales ficticias. A diferencia de otros congeneres de su especie, ha querido mostrar una vejez templada, sosegada y dando ejemplo de lucidez al no quitarse la camiseta en ningún momento. Casi hasta se agradece, pues viendo su estado y los avatares que su aventura política le ha dejado en el cuerpo, hubiera sido hasta cómico contemplar las lorzas de nuestro Conan favorito. Ha sabido adaptarse al tiempo que esta película le ha concedido para volver a presentarse a su público, decirnos que aún tiene cara de poker para intimidar si hace falta y que recuerda ciertos trucos de sus antiguas peliculas, menos es más.

 

   No voy a decir que "El último desafío" es al cine de Schwarzzenegger lo que fue "Copland" al de Stallone. No, pero tampoco es una mala película como se ha dicho por las malas y envidiosas lenguas. Es una especie de canto del cisne de Arnold, un "hola, que tal? Aún puedo andar y quedo bien al hacerlo". Y eso hoy en día en el cine de acción ya es una recompensa.

 

   Pero no por ello la cinta deja de tener sus aciertos. Hasta Eduardo Noriega queda bien como capo de la droga experto en coches de carreras que trata de llegar a México a través del pueblo que Schwarzzenegger, como sheriff, protege. Los típicos tópicos no pueden faltar: el ayudante cómico (Johnny Knoxville), el ayudante sacrificado y motivo de venganza, los secuaces del villano con gusto por las frases hechas o el agente del FBI (Forest Whithaker) que persigue al malo de la función; las poses y frases lapidarias del protagonista tampoco faltan a su cita. Todo encaja como un engranaje hasta el clima final, donde a modo de metáfora, Arnold se planta en un puente para no dejar pasar al joven malvado. Como diciéndonos que por el momento, aunque viejo, torpe y lento...el bueno de Arnold aún no ha cedido su cetro como tío duro oficial de Hollywood. ¿O acaso hay algún otro que tan siquiera le iguale?

 

EL ULTIMO DESAFIO

Por Oskar C. Segura

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