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DJANGO

 

El cine de Quentin Tarantino tiene un don. O le amas hasta límites que alcanzan la ceguera o le odias hasta que supuras sangre por las entrañas. Lo que nadie puede decir es que te deja indiferente. Tiene cogido el pulso a la narración y no lo suelta. Ni siquiera en sus títulos menores como "Jackie Brown" o "Death Proff". Es un virtuoso en cuanto a cómo contar una historia, y no por que su cine sea novedoso en el modo de rodar, pues tiene influencias dispares, sino por que cree en verdad en la historia que narra.

 

   "Django" puede ser calificada en las dos vertientes de Tarantino, se puede amar y odiar a partes iguales. La balanza para determinar de que lado cae sólo puede decidirse cuando has visto la película un par de veces. Los detalles, y el cine de Tarantino está lleno de ellos, que en la primera visión pudieran pasar desapercibidos, cobran fuerza para bien o para mal en los siguientes visionados. Toda la cinta rezuma un aire retro, árido y crepuscular pero con la fuerza visual y colorida del cine de Quentin. Es imposible olvidar que la premisa de su cine es recuperar sus filias, sus gustos por un cine añejo y underground y llevarlo con el lenguaje actual a la pantalla.

   

   Aquí, Tarantino, mezcla en su chistera elementos de su amado Sergio Leone, un poco de Peckinpah, algo del cine de Shaft (el detective negro de los 70), una pizca de Aldrich en lo irreverente y un gran puñado de mala leche de su propia cosecha al crear dos de los personajes más frikis de su cine: el mayordomo interpretado por Samuel L. Jackson, espectacular creación ejecución del papel; y el del terrateniente Candy que encarna DiCaprio, al que también elogio por una caracterización muy alejada de sus registros. Touché para Quentin.

 

   Pero si hay un pego, hay más pero este es el principal, es el personaje principal Django a cargo de Jamie Foxx. No acaba de cuajar, de transmitir la fuerza necesaria para empatizar con el espectador. Durante toda la película son los demás personajes los que atraen la atención y casi se espera que sus historias se desarrollen más que la del protagonista. El ejemplo más claro es el doctor Schultz, con un Christopher Waltz impresionante, casi tanto como en "Malditos Bastardos" o el personaje interpretado por Don Johnson, que tiene la más estrambotica escena en una película de Tarantino. Escena sublime de hilaridad, humor absurdo y carcajada asegutada donde unos simples sacos mal cosidos despiertan al espectador del primer conato de sueño de la película. Pero volviendo al personaje de Waltz, mencionar que la figura de mentor que realiza hace remontar en la imaginación a títulos de John Ford o Howard Hawks donde abundaban este tipo de hombres. La única pega que dejo sobre la mesa es el final que se otorga al mismo, casi forzado aunque del todo premeditado, como queriendo hacer pasar a figura de leyenda al buen doctor Schultz con su muerte.

 

   Entonces ¿que falla? Quizás sea uno mismo el que falla al esperar mucho más de un film de Tarantino, quizás nos ha acostumbrado mal y deseamos una vuelta de tuerca más. Que nos sacuda como hizo en "Pulp Fiction", que nos impacte como en "Kill Bill" o nos apabulle como en "Malditos Bastardos". Tal vez sea eso, el listón que tanto él como creador y nosotros como espectadores hemos puesto a su cine.

 

   Un cine que siempre ha plagado de una música espectacular que acompañaba a las imágenes pero que en esta ocasión no convencen ni transmiten como debieran. Es por ello que aunque con unos aciertos muy marcados (ciertos personajes y escenas) el conjunto no tiene la fuerza visual y narrativa de anteriores trabajos. Carece del magnetismo que el propio Tarantino se ha impuesto. Tal vez su genio haya tocado el cielo, su tope o canto del cisne. Lo cierto es que los que pertenecemos al primer grupo, los que amamos hasta la ceguera su cine, le damos otra oportunidad para que nos sorprenda. Lo malo es que sus enemigos, y son legión, tienen un nuevo motivo para odiarle.

 

Por Oskar C. Segura

 

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